Hablar de espiritualidad en estos tiempos no es fácil. En primer lugar no todos entendemos lo mismo cuando escuchamos hablar de espiritualidad. En segundo lugar la espiritualidad no tiene buena acogida, se la asocia con cosas aburridas, de otros tiempos. En tercer lugar, persiste una clara tendencia a considerar la espiritualidad como un compartimiento separado de las demás esferas de la vida, como experiencias aisladas.
Espiritualidad se entiende muchas veces con experiencias irracionales, que no la entiende el mundo material y que no se relacionan entre si. Esta es la pesada herencia de un modo de pensar el griego, que separa al hombre en un "ser espiritual" y un "ser material". La forma en que la Biblia entiende al hombre es diferente. Para la mentalidad bíblica el hombre es una unidad, un todo; cuya existencia está animada por el propio aliento de Dios, su Espíritu, como el hermoso relato de la creación, en un lenguaje mítico de hace más de tres mil años, nos permite descubrir (Gen. 2, 7)
La vida espiritual, según la Biblia, se relaciona entonces con el espíritu que llena nuestro ser y nos impulsa a sentir, a pensar, a comparar, a decidir, y a actuar, en todas las esferas de la existencia.
Pero no siempre el espíritu que nos guía y orienta nuestra vida es el espíritu de Dios que recibimos al comenzar nuestra existencia.
A lo largo de la vida vamos encontrando otros espíritus que pueden ir desplazando el aliento de Dios hasta arrinconarlo en una fracción de nuestra vida o hacerlo desaparecer.
En una de sus cartas Juan nos advierte: "Examinen los espíritus para ver si vienen de Dios..."(1 Jn. 4, 1) no sea cuestión que se equivoquen y sigan un camino errado.
En la Biblia no aparece la vida de una persona, o un pueblo, dividida en secciones, una de las cuales se relaciona con Dios y las demás no. La vida es una totalidad y las alternativas son, que esté animada, guiada, impulsada, orientada por el Espíritu de Dios o que lo esté por otros espíritus, que no son de Dios, y se los suele llamar "del mundo". Hoy podríamos llamarlo "leyes del mercado", "individualismo", "ambición de poder, o de dinero", "discriminación e intolerancia", "corrupción, droga", etc...
La vida espiritual es, por tanto, la tarea diaria, perseverante, conflictiva y esperanzadora, de buscar y asegurar que sea el Espíritu de Dios el que mueva y oriente nuestra vida. Toda la vida.
La espiritualidad que nace de la Biblia será segura, desde el cual podremos discernir la presencia del Espíritu de Dios en nuestros días, con sus desafíos, sus propuestas y sus exigencias. La vida espiritual abarca la totalidad de la vida. Supera la esfera personal para impregnar las relaciones con los demás. No hay rincón de nuestra vida que no pueda ser espiritual. Es decir que no pueda y deba ser alcanzada por el Espíritu de Dios para lograr el cambio, la conversión del corazón y de la mente, imprescindibles para recibir el Reino, que es don y tarea a compartir.
No hay rincón de la vida social que no deba ser espiritual. Una política, una economía, una tecnología, incluso la vida de la Iglesia que no esté animada por el Espíritu del Señor, no puede responder a los caminos del Reino.
Y hay que cambiarlas.
Para que la justicia sea como un torrente inagotable... (Am. 5: 24)
Por Gabriel Aguirre Coli